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Un río de azafrán corre hacia la ciudad de Allahabad (ahora llamada Prayagraj). Llega como un torrente imparable, inundando la metrópolis temporal que toma forma a lo largo de un terraplén. Olas de pétalos de caléndula bañan las tiendas de campaña, chapotean en los callejones, inundan las calles, se apresuran a través de las orillas de los ríos y caen en cascada hacia el canal donde chocan los ríos Yamuna, Ganges y el mítico Saraswati. Esta confluencia, conocida como Triveni Sangam, es el lugar de baño hindú más sagrado de la India.
Sadhus (pueblo santo) cubiertos de ceniza se reúnen para el festival. Crédito: Getty Images
Sólo ahora puedo discernir las gotas individuales que componen este flujo fluvial: millones y millones de cuerpos humanos envueltos en túnicas teñidas de azafrán, marfil y escarlata, o vestidos nada más que con una pesada capa de ceniza blanca. Se hunden en las aguas sagradas, se levantan en ráfagas de rocío brillante, ahuecan la sangre vital en sus manos y la levantan hacia el sol en un saludo de oración. Miro el espectáculo desde las orillas, con los pies clavados en…