Larga vida a Steven Soderbergh, un cineasta que se resiste a cualquier obituario prematuro de que el cine es una forma de arte moribunda. Soderbergh rara vez descansa. Ha hecho 14 películas desde que adelantó por primera vez su retiro en 2010 y, a lo largo de su carrera, ha ayudado a impulsar dos innovaciones: primero, la revolución independiente con “sexo, mentiras y cintas de video” de 1989, y luego, la cámara digital. Últimamente, Soderbergh ha invertido parte de su energía en un modelo prometedor del Hollywood moderno: directores de prestigio que hacen películas de alto concepto con presupuestos bajos. (Ver también: M. Night Shyamalan.) Se ha ganado el derecho de comportarse como uno de los estadistas más veteranos del cine. Para mi alivio, todavía actúa como un joven rebelde.
Entonces, ¿qué pasa si el último intento de Soderbergh de abrir un nuevo camino en la narración tropieza un poco? “Presence”, escrita por David Koepp (“Kimi”), es una historia de fantasmas con una idea novedosa: la cámara es el fantasma. El público se sumerge en el punto de vista de una figura silenciosa que merodea una casa suburbana de dos pisos. Soderbergh sostiene la cámara…